El Pandián y el bosque de Hormas
A la cima del Pandián se puede acceder desde muchos sitios: sus laderas, salvo algunos cortados de la cara norte, no ofrecen dificultad. Boca de Huérgano, Cuénabres, Casasuertes, Vegacerneja o casi cualquier punto de la carretera que une estas localidades son buenos lugares para iniciar una excursión a esta montaña dulcificada por el tiempo. Yo opto por comenzar mi caminata en el propio Riaño, lo que me permitirá pasear por el muy afamado bosque de Hormas, el espléndido robledal que medra en la vertiente meridional de la sierra homónima.
El Pandián |
Vista del bosque de Hormas desde el Yordas.
Riaño. Fotografía tomada desde el Gilbo.
Riaño y su espectacular entorno.
Una estrecha y precaria carretera asfaltada sale de Riaño para convertirse, un par de kilómetros más allá, a la altura del cementerio (1170 m), en una pista polvorienta que se dirige hacia los depósitos de captación de agua del pueblo, construidos en las Camperas, al pie mismo de la sierra de Hormas.
Riaño y el Pandián.
El camino nuevo, así se llama esta terrible herida abierta a media altura en Zamonte y Ridéscaro, enseguida se interna en el bosque, una avanzadilla de los soberbios robledales de Hormas.
El bosque de Hormas es sobre todo un robledal.
En lo más duro del invierno, el ciervo encuentra cobijo en Hormas.
En poco más de kilómetro y medio, la pista alcanza la collada de las Vallejas (1205 m, 1,6 km), cruce de caminos y paraje de buenas vistas.
La collada de las Vallejas.
Vista hacia el embalse desde la collada de las Vallejas.
Desde las Vallejas, en lugar de seguir la pista hacia los Casares, tomo la senda que asciende por Ridéscaro (noroeste) y que, muy pronto, se interna en el interesante robledal que tapiza su ladera sureste.
Tras superar ciento cincuenta metros de desnivel, salgo del bosque y alcanzo la larga loma cumbrera de Ridéscaro, cuya vista es ya excelente.
Vistas desde Ridéscaro |
A continuación, tras descender unos setenta metros, salgo al collado de Éscaro (1275 m, 3,4 km), donde tropiezo con la pista que viene de los Casares, una posible alternativa al camino que traigo.
El collado de Éscaro.
Desde el collado, una pista va ganando altura entre escobas que poco a poco van dejando paso a un bosque cada vez más denso.
Los caminos de Hormas.
Unos 1500 metros marca el altímetro cuando salgo a una pequeña asomada salpicada de robles corpulentos y sombrosos (1525 m, 4,9 km). Si el tiempo lo permite, es obligado hacer un alto para tomar huelgo y contemplar el paisaje.
La sillada de los robles.
Vista del Mampodre desde la sillada.
Al otro lado del cercano alto de Lechugal o de Éscaro, se divisa ya mi objetivo, el Pandián, el techo de la montaña riañesa. A poca distancia de él, se recorta el collado del Hito de la Requejada, de donde desciende un verdinal hacia Hombellina. Por allí regresaré.
El camino se mantiene horizontal durante un trecho, primero por terreno abierto; y después, por el bosque de la ladera sureste del Alto del Pico. Luego, tras salvar un desnivel de cincuenta metros, desemboca en la collada de Lechugal (1575 m, 5,7 km).
La collada de Lechugal vista desde la ladera del Pandián.
Desde aquí, la pista se abre paso en el hayedo, y, tras dejar atrás un claro cruzado por un arroyo, me deja en el circo meridional del Pandián (1630 m, 6,4 km).
Aquí se esfuma el dominio del haya, sólo las matas de enebro, pegadas al suelo, son capaces de resistir unas condiciones climáticas en extremo rigurosas.
Tengo ante mí una enorme rampa, desangelada, colonizada parcialmente por las escobas, tras la que me espera la cima cuatrocientos metros más arriba.
Vista del Pandián desde el Yordas.
Antes de acometer la ascensión, me doy un respiro a la orilla del torrente que baja con bríos de las cumbres. Consulto el mapa para comprobar que es el río de San Pelayo, el que antes desaguaba en el Esla junto a la aldea de Éscaro, y hoy lo hace, como todos los de la zona, en el monótono pantano.
Reparo también en los círculos de piedras que sobresalen de la vegetación: no queda nada más de la majada que un día hubo en este lugar.
Tras la fatigosa subida, alcanzo la espaciosa cumbre (2009 m, 7,6 km).
La amplia y solitaria cumbre del Pandián.
Desde la cima, además de infinidad de montañas, se divisan numerosos pueblos.
Vista de Peña Prieta y su entorno desde la sierra de Hormas.
Cuénabres y Casasuertes reposan a los pies del Pandián, rodeados de los bosques y valles que trepan por las laderas del Gildar. También están a la vista Liegos, Lario, Acebedo, Carande y Riaño.
Me asomo al borde occidental de la loma cimera, atalaya desde donde se divisan, además, los caseríos de Burón, Vegacerneja y Retuerto.
Desciendo del Pandián hacia el sureste, en busca del Hito de la Requejada (1875 m, 9,6 km), el alto collado que comunica con Casasuertes.
Vista hacia atrás del Pandián, en el camino hacia el Hito de la Requejada.
Llegando al Hito de la Requejada.
Bajo de él por las fáciles pendientes meridionales de la sierra con la vista puesta en Hombellina, la verde braña casi circular que me aguarda doscientos cincuenta metros más abajo, en el límite superior del bosque.
Hombellina.
En Hombellina (1620 m, 10,7 km) tiro hacia poniente por el camino a la collada de Lechugal. Recorridos unos 200 metros lo abandono para bajar campo a través por el bosque.
Tras descender unos 200 metros, encuentro un sendero que me lleva a la fuente y la caseta de las Camperas (1300 m, 12,3 km).
Los Casares.
Hasta aquí llega una pista (el camino nuevo) que, tras pasar por los Casares (fuente y merendero) (1170 m, 13,7 km) y la collada de las Vallejas (1205 m, 15,3 km), me deja en el punto de partida.
Distancia (ida y vuelta) | 16,8 kilómetros |
Ascensión acumulada | 1030 metros |
Distancia (ida) | 7,6 kilómetros |
Ascensión acumulada | 930 metros |
Mapa de la ruta | Track ![]() |
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