El Gilbo (vía normal desde Riaño)
La imagen más conocida de Riaño es la de un pueblo rodeado por el agua y recortado sobre un fondo de impresionantes picachos calizos: peñas Pintas, pico Llerenes, pico la Quemada, peña de la Collada, las Anestosas, cueto Nebloso, cueto Cabrón, el Gilbo... Todos juntos forman un cíngulo de montañas dentro del cual queda encerrado, y ahora más aislado que nunca por mor del pantano, el valle de Anciles. Al noreste de este conjunto montañoso y un poco apartado de él, como queriendo tener su propia personalidad, se yergue el Yordas.
Pico Gilbo |
La Montaña de Riaño. El Gilbo es el primer pico empezando por la izquierda.
Hoy, casi todas estas montañas han quedado separadas de los tres pueblos riañeses que permanecen en pie. Pese a su proximidad, entre aquéllas y éstos se extiende, como una barrera infranqueable, el pantano.
Es menester, pues, dar largos rodeos o utilizar embarcaciones para acceder a ellas. Sólo el Gilbo y el cueto Cabrón comparten ribera con las localidades de Riaño, Carande y Horcadas; de manera que acercarse a estos picos, espectaculares a pesar de su escasa altura, sigue siendo un corto y agradable paseo.
En la umbría de su cara norte se vislumbra la estrecha rampa, ligeramente nevada, que conduce a la cima del Gilbo. Por encima de ella, la escarpada cresta oriental de la montaña se eleva hasta la cima secundaria. Delante del Gilbo, la peña Sarnosa y la peña Vallarqué; y, en primer término, la iglesia de San Martín, traída a Riaño desde su emplazamiento original en Pedrosa del Rey.
Desde Riaño observo la vertical silueta del Gilbo abrazada por un mar de bosques que parecen emerger del pantano. También contemplo su poderoso espolón rocoso, la peña Vallarqué, donde anida el buitre y el alimoche busca refugio al regreso de su invernada africana.
Mientras el cierzo fresco de la mañana recorre las calles, me encamino hacia Sosa y Vallarqué por la carretera de Cistierna. A la salida del pueblo enfilo el viaducto. Es el más largo construido sobre el embalse. Es igualmente el de mayor carga emocional. Mientras paso por él, pienso en el antiguo Riaño, oculto por el agua justo debajo de mí, junto a los cimientos de los enormes pilares.
Una vez cruzado el embalse, abandono la carretera para proseguir por una pista que sale a la derecha. Un cartel me avisa de que el camino está cortado por el agua, cosa que ocurre cuando los torrentes primaverales o los diluvios invernales llevan la cota del pantano a sus niveles máximos. Hoy no es el caso y puedo pasear tranquilamente por este ancho y polvoriento camino, que llanea entre pinos al lado de la orilla.
Continúo por él un kilómetro aproximadamente, hasta una curva muy pronunciada donde el arroyo Vallarqué desagua en el pantano.
El Yordas desde la pista que corre a la orilla del embalse.
Aquí tomo una desviación a la izquierda. La senda asciende por terreno de monte bajo donde abundan rosales, endrinos y avellanos. Entre ellos descubro también algún que otro agracejo. Se trata, según me cuentan, de un tramo del antiguo camino de Riaño, el que unía esta localidad con Carande, cuando ésta, antes de la construcción del embalse, era una aldea casi perdida a la que no llegaba la carretera.
Al poco tiempo de iniciada la subida, el camino se interna en el hayedo. Recorro pausadamente su densa umbría, dejándome ganar por el silencio, por la quietud apenas rota por la fulgurante carrera del corzo. Me deleito con sus mil recovecos, con la fascinante belleza de un grupo de Paris quadrifolia floreciendo en un minúsculo claro, apenas acariciado por los rayos del sol.
Procuro, siguiendo las indicaciones que me dieron, dirigirme hacia el nacimiento del Vallarqué (suroeste), evitando encaminarme hacia el sur y ascender demasiado, a pesar de que en algún momento el camino más marcado tome este derrotero. Aprovecho alguna de las numerosas trochas semiperdidas que lo cruzan para alcanzar la parte superior del bosque.
En el límite del hayedo, me aprovisiono de agua en una fuente de reciente construcción (1300 m). A partir de aquí, avanzo por una zona de pastizales desprovista casi de árboles. Observo ya muy cerca la puntiaguda masa caliza del Gilbo, hacia la que me dirijo. Sigo repechando para ganar la Pedrera, el collado (1450 m) que se abre entre el Gilbo y la peña Sarnosa. Un buen sitio para hacer una parada y contemplar el paisaje.
El collado entre el Gilbo y la peña Sarnosa (la Pedrera).
Justo enfrente, hacia el norte, se levanta el espectacular cueto Cabrón, casi inexpugnable aunque apenas supera los 1500 metros de altura. En su base, separándolo del Gilbo, se aprecia entre el hayedo el diminuto pradal de la collada Bachende.
El cueto Cabrón y la collada Bachende.
Reanudo mi camino pasando a la cara septentrional del Gilbo, cuyo tremendo aspecto de pared vertical está a punto de amedrentarme. Superada la primera impresión, pronto doy con los vestigios de una senda que trepa por una estrecha rampa, perfectamente visible desde Riaño. Por ella asciendo casi hasta la cumbre. Es una subida dura, pero sin problemas.
Vía normal al Gilbo.
La rampa termina en una canal estrecha y todavía más pendiente, pero muy corta, que me deja entre las dos cimas del pico Gilbo, a escasos metros de la cima (1679 m).
Vista del itinerario de ascensión desde el pico de las Anestosas.
Una vez en lo más alto, consulto el altímetro para comprobar la altura ganada, 550 metros. En el vértice de este monolito calizo abunda el llamativo Erodium petraeum, así como un sinfín de minúsculas florecillas, sobre las que revolotea, presidiendo toda una cohorte de mariposas, la llamativa macaón.
Desde aquí, veo cómo el pantano, estrangulado por las montañas que se alzan desde sus orillas, ha hecho suyo el estrecho desfiladero por donde antes se abría paso la antigua carretera entre Cistierna y Riaño, el desfiladero a cuya entrada estaba el pueblo de Huelde, el más que probable «Guedpe» medieval, derivado, a decir de José Canal, del euskera «goibe-di», o conjunto de peñas altas. Desde donde me encuentro, resulta difícil poner en entredicho tal procedencia para el nombre de un pueblo encajonado entre la peña de las Pintas y el pico Gilbo.
Tierra anegada —Huelde fue el primer pueblo engullido por el agua— donde antaño moraron los vadinienses, dejando testimonios como el castro de la Prada, y por donde, también, deambularon los romanos en busca de hierro, tan abundante entonces por estos pagos que ha dejado su impronta en algunos accidentes orográficos.
Dirijo la mirada hacia el otro extremo del desfiladero, tratando de adivinar, ya saliendo de él, en la confluencia del cueto Nebloso y el cueto Cabrón, muy cerca de Riaño, la ubicación del antiguo puente Bachende, coto truchero de merecida fama.
Hacia la mitad de la angostura desembocaba en el Esla el río Anciles después de labrar un amplio valle, hoy en parte convertido en un brazo más del embalse.
El valle de Anciles.
Para regresar sigo un itinerario diferente. Primero, desando el camino hasta el collado entre el Gilbo y la peña Sarnosa, y bajo de él por el mismo sitio que utilicé en la subida; pero, después, en lugar de dirigirme directamente al bosque, prosigo al pie de las paredes rocosas para ir a dar a un segundo collado, unos cien metros más bajo que el anterior, situado al lado de los escarpes calizos de la peña Vallarqué.
Escombreras de la antigua mina de arsénico.
Desde este collado desciendo, por el hayedo de la canal del Moro, a la zona conocida como las Viescas. A medio camino, paso junto a las instalaciones abandonadas de la mina de arsénico que estuvo funcionando desde los años cuarenta hasta que fue expropiada como consecuencia de la construcción del embalse. Cerca de la orilla del pantano, me topo con la pista forestal que se estira hasta la carretera.
Vistas desde la cima |
Distancia (total) | 7,7 kilómetros |
Ascensión acumulada | 610 metros |
Mapa de la ruta | Track ![]() |
Índice de ascensiones al Gilbo |
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